He sido invitado, durante
estos días de celebraciones y fastos de la feria Alimentaria, a una nocturna y cabal presentación-cata, de los vinos
de nuestras rudas y vigorosas garnachas.
Las acogedoras instalaciones y el
límpido ajuar del barcelonés Hotel Omm,
fueron testigos de la muestra de tan singular como muy antañona casta.
Tiene nuestra arcaica y
rústica cepa, larga y bien documentada historia, sean cuales fueren las
variantes contempladas y a considerar:
las virginales garnachas blancas;
las raras garnachas peludas; las muy extendidas garnachas negras o las muy colorantes
aunque extrañas y ahora escasas garnachas tintoreras… Pero, para conocer su ancestral devenir, vayamos por partes.
La abundante y plurinacional
sinonimia de este varietal, que en el siglo pasado y en tinto fue el más
plantado del planeta, ayuda poco en las averiguaciones que determinen su
procedencia. Garnacha nos remite al
francés Grenache y de ahí a su significado: Granate, que en su condición de piedra
semipreciosa de color rojo, explicaría -supuestamente- la aceptación y el éxito
de la más popular de sus acepciones.
Sostienen sesudos
fitopaleontólogos, defendiendo la aragonesa hispanidad de esta casta, que el
primer rastro claro y conocido de su presencia vitícola y bodeguera se
encuentra en la protohistórica Segeda,
ciudadela ibérica de los Titos y Belas, a caballo entre las actuales Miedes de Aragón y Murillo de Gracián. Toda una declaración de intenciones por cuanto
son ambas villas, indiscutido asiento de la DO. Calatayud. Como quiera
que el varietal se desarrolla, virtuosamente también, en el Campo de Borja; Ribera del Queiles y Cariñena; todo me induce a pensar que este viñedo nacido del bronco
espinazo de España, es por su intención
y extensión, la cepa por añadidura, más arcaica y peninsular.
Cuenta Terencio Varrón –siglo I
a.C.- en su pesado y tópico “Libri Rerum Rusticarum”, que los hispanos
bebían desde muy antiguo, un rudo y potente vino llamado Bacca; procedente de un varietal autóctono conocido como Coccolobin. Añade, que era poco
agradable al gusto romano por su arisca acidez y áspera frutosidad; aunque
reconoce que convenientemente madurado, mutaba
en dulce y meloso néctar, tanto en blanco como en tinto. Se me antoja, conociendo las maneras y
el pensamiento romano, que hablaba –muy probablemente- de nuestras sobrias,
extremadas, vigorosas y poco exigentes garnachas. También dispongo, aunque con datación mucho más tardía, de precisa
documentación sobre el advenimiento de la garnacha
blanca a la Terra Alta y a sus
colindantes -y ya aragonesas- poblaciones vecinas de Batea, Maella, Calaceite y Alto
Matarraña; que disponen en conjunto de las dos terceras partes del viñedo
de dicho varietal en todo el mundo. Poco
se imaginaba mosén Onofre Catalá,
que en 1647 plantó la primera viña
de la casta blanca en esta zona de Cataluña,
la complejidad organoléptica lograda
con sus vinos y el afianzado
asentamiento que conseguiría con ella cuatro siglos más tarde.
Convendrán conmigo, todos los
que hayan probado los caliginosos y albaceteños tintos clásicos de Almansa, que el extracto; la potencia
colorante y -por desgracia- también oxidativa; con el añadido, además, del cuerpo
fresco y el aliño simpático y descarado de sus garnachas tintoreras, que han encontrado en ellos el perfil más
borde de su santo y seña. Más o menos como la tosquedad de la Bouschet de sus parientes –pero bastante peor aclimatadas- hermanas
gallegas, que intentan avivar el color de la escasamente rubra, pero más
elegante e insigne, mencía.
Mantuve largo tiempo la
creencia, por su rusticidad, de que esta cepa tintorera era de muy manchega y recia condición. Pulpa y hollejos tintos, carnosos,
bastos… y de vinos rudos con porte
altamente colorante! Sin embargo,
ahora resulta que los estudios
comparativos de ADN revelan que
tanto ella como su alter ego, la también
extraña Alicante Bouschet son en sí
la misma planta, y además de indiscutible origen francés. ¡Cosas veredes Sancho!
En cuanto a la cata-muestra
antes señalada, pues más de lo de siempre. Una
entusiasta multitud de invitados, que copa en ristre y sin orden ni concierto, vagan
por la sala quedando atrapados en las colas de los expositores en una confusa,
permanente y poco acertada semipenumbra. Por
suerte, casi todos los vinos presentados alcanzaron un notable nivel; fueron
más que buenos y representativos… ¡mejores! ¡Hasta hubo algunos espléndidos, diría yo!
El recuento, a vuelapluma, de
las firmas participantes dará cierta idea de los caprichos; las abundancias;
y las bondades expuestas.
La penedesenca firma Parés Baltá me sorprendió con un cava
mono varietal de garnacha negra,
atrevido y singular, sin dudas diferente. Vinificado
en rosado tan pálido, que parecía un blanc
en noirs. Su Indígena de garnacha, en tinto tranquilo, sigue la
estela de las audaces garnachas
noveles. Elisabeth Jaime y su
cuñada, enólogas ambas y vinculadas nupcialmente a la propiedad, lo están
haciendo muy bien.
Finca Viladellops
mantuvo, como siempre, su firme compromiso con la excelencia. Los vinos de garnacha tinta de Marcello
Desvalls son, en el Macizo del
Garraf y por ende en el Penedés, la
deseable referencia a perseguir. Sin
duda, un hito de la aristocracia báquica nacido de tan rústica como plebeya
cepa.
Montsant y Priorat, rivalizan con la DO. Calatayud en la posesión de las más
añosas, montaraces y vertiginosa
garnachas. Aunque en el marco
del viñedo las espadas queden en alto; sin
duda, en el saber hacer y la técnica de
las vinificaciones, los catalanes salen mejor parados. Sirvan de ejemplo los puntualmente catados, magníficos y
prioratinos, Furvus y Teixar; y los
nobles y aterciopelados Font de la Figuera y Clos Figueras tintos; como también, la espléndida joya blanca del Montsant: el Tros dels Trossos.
El capítulo de la innovación
corrió a cargo del celler
Lagravera, de la
DO. Costers del Segre, en Alfarrás. Ni la estrafalaria botella,
ni el curioso juego de palabras del nombre elegido, -“onra molta honra”-, ni
el paraje de plantación del viñedo
–una antigua y recuperada gravera- desmerecen la atinada labor y el merecido
mérito del prometedor y joven enólogo Iván
Gallego. Sin duda una bodega y firma de futuro, para tener en cuenta.
Tuvieron los franceses,
escasa, pero como siempre muy interesante presencia. Un blanco de garnacha, DO. Vacqueyras, fresco y elegante del Domaine de les Ondines;
y un tinto Cote du Rhone Villages, del
Domaine de Mourchon, en Seguret,
frutal y sabroso; con una relación calidad/precio imbatible, dejaron –y nunca
mejor dicho- muy grato sabor de boca.
Castellanos del Alto Alberche, bajo la alegre batuta de Rafael Mancebo, Madrileños de San Martín de Valdeiglesias y los Libido Navarro-Riojanos de Pasolasmonjas, de Gil Sampedro, añadieron a la muestra su frescura, bizarría y
simpática condición; amén de una más que formidable e incontestada rcp.
Dejo para el final el amable,
goloso, y finamente equilibrado vino dulce de La Vinyeta. Garnacha ampurdanesa, peinada por el
viento de la Tramontana, el aliento
de la Costa Brava y el aroma de Banyuls… ¡eso sí, adobada con el genio
y el talento del joven J. Serra!
En
fin señores, una noche de garnachas,
de muchas, muchas, muchas… ¡y muy buenas garnachas!