17 de abril de 2012

Interesante artículo de Jesus Velacoracho. La noche de las Garnachas


He sido invitado, durante estos días de celebraciones y fastos de la feria Alimentaria, a una nocturna y cabal presentación-cata, de los vinos de nuestras rudas y vigorosas garnachas. Las acogedoras instalaciones y el límpido ajuar del barcelonés Hotel Omm, fueron testigos de la muestra de tan singular como muy antañona casta.
Tiene nuestra arcaica y rústica cepa, larga y bien documentada historia, sean cuales fueren las variantes contempladas y a considerar: las virginales garnachas blancas; las raras garnachas  peludas; las muy extendidas garnachas negras o las muy colorantes aunque extrañas y ahora escasas garnachas  tintoreras… Pero, para conocer su ancestral devenir, vayamos por partes.
La abundante y plurinacional sinonimia de este varietal, que en el siglo pasado y en tinto fue el más plantado del planeta, ayuda poco en las averiguaciones que determinen su procedencia. Garnacha nos remite al francés Grenache y de ahí a su significado: Granate, que en su condición de piedra semipreciosa de color rojo, explicaría -supuestamente- la aceptación y el éxito de la más popular de sus acepciones.
Sostienen sesudos fitopaleontólogos, defendiendo la aragonesa hispanidad de esta casta, que el primer rastro claro y conocido de su presencia vitícola y bodeguera se encuentra en la protohistórica Segeda, ciudadela ibérica de los Titos y Belas, a caballo entre las actuales Miedes de Aragón y Murillo de Gracián. Toda una declaración de intenciones por cuanto son ambas villas, indiscutido asiento de la DO. Calatayud. Como quiera que el varietal se desarrolla, virtuosamente también, en el Campo de Borja; Ribera del Queiles y Cariñena; todo me induce a pensar que este viñedo nacido del bronco espinazo de España, es por su intención y extensión, la cepa por añadidura, más arcaica y peninsular.
Cuenta Terencio Varrón –siglo I a.C.-  en su pesado y tópico “Libri Rerum Rusticarum”, que los hispanos bebían desde muy antiguo, un rudo y potente vino llamado Bacca; procedente de un varietal autóctono conocido como Coccolobin. Añade, que era poco agradable al gusto romano por su arisca acidez y áspera frutosidad; aunque reconoce que convenientemente madurado, mutaba  en dulce y meloso néctar, tanto en blanco como en tinto. Se me antoja, conociendo las maneras y el pensamiento romano, que hablaba –muy probablemente- de nuestras sobrias, extremadas, vigorosas y poco  exigentes garnachas. También dispongo, aunque con datación mucho más tardía, de precisa documentación sobre el advenimiento de la garnacha blanca a la Terra Alta y a sus colindantes -y ya aragonesas- poblaciones vecinas de Batea, Maella, Calaceite y Alto Matarraña; que disponen en conjunto de las dos terceras partes del viñedo de dicho varietal en todo el mundo. Poco se imaginaba mosén Onofre Catalá, que en 1647 plantó la primera viña de la casta blanca en esta zona de Cataluña, la complejidad organoléptica lograda  con sus vinos y el afianzado asentamiento que conseguiría con ella cuatro siglos más tarde.
Convendrán conmigo, todos los que hayan probado los caliginosos y albaceteños tintos clásicos de Almansa, que el extracto; la potencia colorante y -por desgracia- también oxidativa; con el añadido, además, del cuerpo fresco y el aliño simpático y descarado de sus garnachas tintoreras, que han encontrado en ellos el perfil más borde de  su santo y seña. Más o menos como la tosquedad de la Bouschet de sus parientes  –pero bastante peor aclimatadas- hermanas gallegas, que intentan avivar el color de la escasamente rubra, pero más elegante e insigne, mencía.
Mantuve largo tiempo la creencia, por su rusticidad, de que esta cepa tintorera era de muy manchega y recia condición. Pulpa y hollejos tintos, carnosos, bastos…  y de vinos rudos con porte altamente colorante! Sin embargo, ahora resulta que los estudios comparativos de ADN revelan que tanto ella como su alter ego, la también extraña Alicante Bouschet son en sí la misma planta, y además de indiscutible origen francés. ¡Cosas veredes Sancho!
En cuanto a la cata-muestra antes señalada, pues más de lo de siempre. Una entusiasta multitud de invitados, que copa en ristre y sin orden ni concierto, vagan por la sala quedando atrapados en las colas de los expositores en una confusa, permanente y poco acertada semipenumbra. Por suerte, casi todos los vinos presentados alcanzaron un notable nivel; fueron más que buenos y representativos… ¡mejores! ¡Hasta hubo algunos espléndidos, diría yo!
El recuento, a vuelapluma, de las firmas participantes dará cierta idea de los caprichos; las abundancias; y  las bondades expuestas.
La penedesenca firma Parés Baltá me sorprendió con un cava mono varietal de garnacha negra, atrevido y singular, sin dudas diferente. Vinificado en rosado tan pálido, que parecía un blanc en noirs. Su Indígena de garnacha, en tinto tranquilo, sigue la estela de las audaces garnachas noveles. Elisabeth Jaime y su cuñada, enólogas ambas y vinculadas nupcialmente a la propiedad, lo están haciendo muy bien.
Finca Viladellops mantuvo, como siempre, su firme compromiso con la excelencia. Los vinos de garnacha tinta de Marcello Desvalls son, en el Macizo del Garraf y por ende en el Penedés, la deseable referencia a perseguir. Sin duda, un hito de la aristocracia báquica nacido de tan rústica como plebeya cepa.
Montsant y Priorat, rivalizan con la DO. Calatayud en la posesión de las más añosas, montaraces y vertiginosa garnachas. Aunque en el marco del viñedo las espadas queden en alto; sin duda, en el saber hacer y la técnica  de las vinificaciones, los catalanes salen mejor parados. Sirvan de ejemplo los puntualmente catados, magníficos y prioratinos, Furvus y Teixar; y los nobles y aterciopelados Font de la Figuera y Clos Figueras tintos; como también, la espléndida joya blanca del Montsant: el Tros dels Trossos.
El capítulo de la innovación corrió a cargo del celler Lagravera,  de  la DO.  Costers del Segre, en Alfarrás. Ni la estrafalaria botella, ni el curioso juego de palabras del nombre elegido, -“onra molta honra”-, ni el paraje de plantación del viñedo –una antigua y recuperada gravera- desmerecen la atinada labor y el merecido mérito del prometedor y joven enólogo Iván Gallego. Sin duda una bodega y firma de futuro, para tener en cuenta.
Tuvieron los franceses, escasa, pero como siempre muy interesante presencia. Un blanco de garnacha, DO. Vacqueyras, fresco y elegante del Domaine de les Ondines; y un tinto Cote du Rhone Villages, del Domaine de Mourchon, en Seguret, frutal y sabroso; con una relación calidad/precio imbatible, dejaron –y nunca mejor dicho- muy grato sabor de boca.
Castellanos del Alto Alberche, bajo la alegre batuta de Rafael Mancebo, Madrileños de San Martín de Valdeiglesias y los Libido Navarro-Riojanos de Pasolasmonjas, de Gil Sampedro, añadieron a la muestra su frescura, bizarría y simpática condición; amén de una más que formidable e incontestada rcp.
Dejo para el final el amable, goloso, y finamente equilibrado vino dulce de La Vinyeta. Garnacha ampurdanesa, peinada por el viento de la Tramontana, el aliento de la Costa Brava y el aroma de Banyuls… ¡eso sí, adobada con el genio y el talento del joven  J. Serra!
 En fin señores, una noche de garnachas, de muchas, muchas, muchas… ¡y muy buenas garnachas!

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